Diego Fernández de Cevallos
Milenio Diario
Y México celebró su humillación
El gobierno de México hizo lo que tenía que hacer para evitar, por lo pronto, el injusto castigo, y lo hizo bien. Estaba atrapado, no tuvo alternativa razonable. La fuerza y arbitrariedad del yanki rebasan leyes, tratados, razones y fronteras, salvo al toparse con potencias mundiales, ante las que mide las consecuencias. En países débiles impone sus intereses, entendidos a su manera y en el contexto de su anhelada reelección.
En tales circunstancias, debemos entender que su principal problema del momento con México era —y es— el migratorio, no el arancelario. Los aranceles fueron la amenaza para conminar a nuestro gobierno a reforzar la frontera sur con miles de militares para contener la entrada tumultuaria de migrantes con ruta a Estados Unidos, además de aceptar aquí y mantener a nuestro costo a los que rechace aquel país.
Cumplida la orden y aceptada la obligación, NO PROBLEM, NO ARANCELES.
Superada la amenaza, está justificada la alegría de los mexicanos. El gobierno evitó el daño devastador de los aranceles, pero el festejo oficial en Tijuana, con clérigos invocando a Dios y a Césarmanuel —emulando los tedeum de hace siglos— tiene un tufo patriotero y manipulador, tan arcaico como la obsesión de los que quieren hacer prehistoria.
Ciertamente el Presidente deberá comerse su discurso en que abría las puertas de nuestras fronteras para los que quieran venir, de cualquier parte, a recibir amor, trabajo y bienestar. En ese tema ni el ganso grazna.
Por fortuna, el resultado de la “negociación” (orden cumplida) que se dio a conocer poco antes del mitin en Tijuana dio un giro al contenido de la invitación presidencial. Se evitó un ridículo mayor. El Presidente había convocado al pueblo “PARA DEFENDER LA DIGNIDAD NACIONAL y REFRENDAR NUESTRA AMISTAD AL PUEBLO DE ESTADOS UNIDOS”, precisamente cuando acataba las órdenes del Imperio.
Al margen de ese despropósito, debemos aplaudir la sensatez del que, humillado por el gorila, optó por el menor mal para México.
Debemos, también, reconocer su excepcional capacidad de maniobra. Armó un espectáculo en la frontera, reunió al “pueblo bueno” con los que él llama “fifís” y “minoría rapaz”, con el “hampa de la prensa” (a la que elogió) y la cúspide del poder político para escuchar discursos —muy buenos, por cierto, salvo los de los curas— y cantado el Himno Nacional frente a la Bandera, recibió las caricias del pueblo.
El que acató forzadamente las órdenes del yanki, lució como jefe de Estado, valiente y patriota, con pasaporte a la posteridad para reunirse con los Grandes de la Historia. ¡Viva México!
Pasado el circo, la maroma y el teatro, ahora todos a ver qué hacemos con la violencia, la pobreza y las demás calamidades nacionales. Con la confianza de que el Presidente tiene “otros datos” y vamos “requetebién”.