Hace unos 7.000 años, algo extraño les sucedió a los hombres. Algo de tal envergadura que provocó que durante los siguientes dos milenios, su diversidad genética descendiera de forma brusca. Tan extremo fue ese colapso que quedó un varón para cada 17 mujeres en el mundo. La cosa no era sencilla en la Edad de Piedra.
Este colapso biológico se denomina cuello de botella postneolítico del cromosoma Y, pero no fue el primero sufrido por el Homo sapiens desde su aparición. Un cuello de botella poblacional sucede cuando una especie pierde una gran cantidad de miembros, de uno o ambos sexos, hasta el punto de sufrir un riesgo de extinción durante un tiempo. El más famoso que ha golpeado a nuestra especie se produjo hace 70.000 años, cuando el supervolcán Toba hizo erupción en Sumatra y sumió al planeta en el invierno durante seis largos años, provocando una “edad de hielo” instantánea. Algunos investigadores han calculado que solo sobrevivieron unas mil parejas reproductoras, de donde habría descendido toda la humanidad.
El evento del neolítico en África, Asia y Europa, menos conocido, fue detallado en un estudio publicado en “Genome Research” hace algunos años, dejando perplejos a antropólogos y biólogos desde entonces por sus extrañas circunstancias. En primer lugar, el fenómeno se observa solo en los hombres a través de los genes en el cromosoma Y, que los padres transmiten a sus hijos varones. En segundo lugar, el cuello de botella es mucho más reciente que otros eventos similares, dando a entender que sus orígenes podrían tener algo que ver con el cambio de las estructuras sociales.
En efecto, así lo creen investigadores de la Universidad de Stanford en California (EE.UU.), quienes argumentan en la revista “Nature Communications“ que el colapso fue el resultado de las guerras entre clanes patrilineales, cuya membresía está determinada por los antepasados masculinos.
Después del inicio de la agricultura y el pastoreo hace unos 12.000 años, las sociedades se organizaron cada vez más en torno a grupos de parentesco extendidos, muchos de ellos clanes patrilineales, organizados alrededor de parientes por línea paterna. Las mujeres podían unirse con hombres de otro clan, pero ellos no podían salir de su grupo. Estaban todos emparentados y, por lo tanto, compartían un mismo cromosoma Y. Al menos desde el punto de vista de esos cromosomas, es casi como si todos en un clan tuvieran el mismo padre.
Linajes aniquilados
Según los investigadores, en estas circunstancias, las guerras de clanes, la aniquilacion completa de la población masculina de un grupo y la integración de sus mujeres al grupo victorioso, fue lo que provocó el cuello de botella. Un buen número de linajes masculinos fueron eliminados, y con ellos sus cromosomas Y únicos.
La feliz hipótesis original -por cierto, propuesta por dos estudiantes-fue comprobada con modelos matemáticos y simulaciones por computadora en las que los hombres luchaban y morían por los recursos que sus clanes necesitaban para sobrevivir. Como esperaba el equipo, las guerras entre los clanes patrilineales redujeron drásticamente la diversidad del cromosoma Y a lo largo del tiempo, mientras que el conflicto entre los clanes no patrilineales (en los que hombres y mujeres podían moverse entre grupos) no lo hizo.
El modelo también explica la observación de que, entre los linajes masculinos que sobrevivieron al cuello de botella del cromosoma Y, algunos experimentaron expansiones importantes, consistentes con el modelo del clan patrilineal.
Los investigadores creen que ese marco de trabajo se puede aplicar en otras áreas, en cualquier lugar donde “los patrones históricos y geográficos de las interacciones culturales puedan explicar los patrones que se ven en la genética”.